Resumen
Todo comienza con la aparición de Matia, un joven marginal , en unas islas del río Paraná. No sabemos quién es, qué hizo o de quién huye, pero intentará rearmar su vida en un nuevo lugar, bajo el mando del Correntino, quien posee las tierras y todo lo que viva en ella Ver La creciente online.
Con la llegada del protagonista comenzarán ciertas tensiones que lo devolverán a su pasado delictivo, enfrentando una vez más la idea de huir para sobrevivir.
«La Creciente» es un film argentino que mezcla distintos géneros (un thriller con tintes románticos y algo de western) para otorgarnos una historia que maneja muy bien el clima de tensión constante, manteniendo una intensidad entre los personajes y el contexto en el que se desarrollan.
Porque los personajes son lo que son y se comportan como se comportan por el lugar aislado y austero en el que se encuentran. Es por eso que tenemos la presencia de un aire de violencia latente que amenaza con llegar, al igual que la creciente del río. En este sentido, existen algunos momentos en donde se prioriza el paisaje por sobre las personas, con planos de la isla.
Con un ritmo algo pausado, el silencio predomina en ciertos pasajes de la película. No existe mucho diálogo, sino más bien acciones rutinarias por parte de los protagonistas. Los vemos realizando las tareas designadas por el Correntino, sentimos la tensión entre ellos y la amenaza de la naturaleza.
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Cristian Salguero («Un Gallo para Esculapio») es el encargado de llevar adelante el personaje de Matia, con ciertas características que el actor conoce por trabajos previos y que le sientan muy bien. Asimismo, le otorga un halo de misterio y arrebato interesante para el rol que le tocó encarnar. Está acompañado también por un elenco que cumple con sus papeles.
Con una historia sencilla llevada a cabo de una manera correcta, «La Creciente» es una propuesta interesante que nos ofrece un clima de tensión constante a partir de una trama misteriosa y sutilmente (aunque por momentos tenemos algunas imágenes fuertes) violenta que mantendrá atrapado al espectador.
Hay largometrajes en los que el paisaje donde transcurre la historia adquiere un papel fundamental para sostenerla. El espacio deja de ser un mero telón de fondo para participar como un personaje más o como metáfora de los estados internos de los protagonistas. Pienso en la road movie o para ser más obvios, en las películas de supervivencia en la naturaleza.
Pero hay veces en los que la simbiosis entre exterior-interior falla por asimetría y el entorno natural termina devorándose cualquier atisbo dramático.
La creciente de la dupla Franco González y Demián Santander navega por esta delgada línea entre el exceso contemplativo y una narración que en varias instancias parece estar siempre al borde de plancharse.
Con el delta del Paraná como escenario, los directores arman un thriller de pocos elementos en lo que podría definirse como una versión litoraleña de algún western situado en Louisana o cualquier otra tierra igual de pantanosa.
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Una persona nada en el agua, sale y se vuelve a poner la remera. Al rato, pasa una lancha frente a la costa y se oculta rápido entre unos matorrales. ¿De qué se esconde? Nunca lo sabremos.
La poca información que se nos revela es que se llama Matías y que no es de ahí. Es decir, un forastero con aires de fugitivo. Será el Correntino, un tipo de gran injerencia en la zona, quien le ofrecerá laburo en su terreno ayudando en el transporte de ganado y en la tala de árboles para leña.
Sin embargo, cuando Matías comienza un romance con Gaby, la joven que vive con el Correntino más por necesidad económica que por afectividad amorosa, las tensiones irán encaminándose muy lentamente a un drama que hasta ese entonces quedaba opacado por el hipnotismo que provoca el paisaje y las manualidades del trabajo rural.
González y Santander traducen el ritmo cansino del Litoral en sus personajes. Ninguno dirá más de tres frases seguidas antes de que venga un corte y los calle. Esto, por un lado propone un distanciamiento que hace que la naturaleza muchas veces se imponga sobre el accionar silencioso de estas personas.
Y por el otro, lleva a que la cámara esté más atenta en hacer que el brillo del sol contornee la figura de su retraído protagonista para impregnarlo de una épica que al no coincidir con la intensidad de la trama peca de caprichosa.
De todos modos, es subrayable el espíritu que rescata la película de esa geografía que, sin estar tan alejada de los grandes cascos urbanos, maneja sus propios tiempos, sus propios códigos, donde la definición de la ley está sujeta al orgullo sensible y el sentido de propiedad de estos hombres de piel dura.
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